Hola a todos:
Hoy os escribo para compartir una reflexión personal que, si bien no es sobre traducción o accesibilidad, sí está relacionada o interfiere en nuestra actividad profesional.
No hace mucho, un par de semanas, creo, vi la película Los sustitutos en televisión. Dirigida por Jonathan Mostow y protagonizada por Bruce Willis, la película nos muestra una humanidad que vive y experimenta a través de unos robots que suelen ser la versión perfecta de la persona: guapos, jóvenes, fuertes. Un poco al estilo Matrix, la persona real, el humano, dirige a su otro yo desde un sillón, una cama o un sofá donde se conecta al programa en cuestión. De esta manera, el humano no corre el riesgo de exponerse a determinados peligros y, en caso de amenaza, siempre puede desconectarse.
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Los sustitutos. 2009. |
Pocos días después de ver la película, vi uno de los muchos anuncios que existen sobre videojuegos que emulan la realidad. Este, en concreto, anima a los usuarios a quedar con los amigos para ir a divertirse, viajar, etc. a distintos lugares.
Inmediatamente, no pude evitar pensar en otras aplicaciones y juegos de la actualidad, que nos animan a vivir quizás la vida que soñamos y que, por las razones que sean, no podemos tener. Podemos ir a la playa, a la montaña o de compras con nuestros amigos virtuales (aunque normalmente, detrás de cada amigo virtual hay uno «de carne y hueso»), vivir situaciones y experiencias varias.
Pero, al igual que en Los sustitutos, vivimos experiencias pero no experimentamos.
Que nadie me malinterprete; esta entrada no es una crítica a la industria de los videojuegos, ni a la tecnología ni a los avances tecnológicos. Pienso que la tecnología es buena, necesaria en muchos casos y que los videojuegos aportan muchos beneficios; el problema, bajo mi punto de vista, reside en el uso que le damos, como casi en todo.
Está bien poder fantasear de vez en cuando; a todos nos gusta soñar, ¿por qué no? Pero estaríamos cometiendo un error si confundiéramos fantasía con realidad; si hiciéramos de esa vida ficticia nuestra vida. Sé que esta aseveración puede parecer exagerada, pero no es tan difícil caer en ella. Más aún cuando nuestra actividad laboral nos obliga a pasar horas delante del ordenador. Y todos sabemos que no solo traducimos; también dedicamos parte de ese tiempo a interactuar con otros colegas o amigos a través de las redes sociales. Y quién sabe, quizá también aprovechamos un descanso para echar una partidita a uno de esos juegos que todos conocemos.
Los traductores autónomos y otros porfesionales independientes solemos trabajar en casa, solos, aislados. Las redes sociales 2.0 pueden sernos de gran ayuda para comentar dudas, compartir noticias, recursos, para despotricar desahogarnos, para estar en contacto con personas que viven lejos. Está claro que podemos hacer un uso muy bueno y provechoso de estas redes sociales. Sin embargo, y en la opinión de esta humilde servidora, no podemos olvidar que hay vida más allá de internet, y que es muy fácil sucumbir a sus encantos y pasarnos horas tecleando. Incluso con personas a las que tenemos dos manzanas más abajo. Podemos ir a la playa virtual con nuestros amigos virtuales viviendo en Huelva, zona costera. O al gimnasio virtual a poner a nuestro sustituto buenorro para el verano.
Hace unos meses, en el último ETIM, tuve el placer de escuchar en directo a Xosé Castro, quien no necesita presentación, y quien dijo (más o menos, lo retuve solo en la memoria) que la mejor red social que existe es la que se da entre una tapa de bravas y otra de ensaladilla. Las redes sociales han existido siempre; Aristóteles ya lo anunciaba allá por el siglo IV a. C.: «El hombre es un animal político», necesita vivir en sociedad. También fue quien afirmó que en el término medio está la virtud.
Cada vez que nuestras madres salían al descansillo a cotillear conversar con la vecina, cada vez que ibas al cumpleaños de un compañero de clase, cada vez que nuestros abuelos iban a echarle una mano al vecino con ese grifo que no dejaba de gotear, en todos estos casos existía una red social, pero sin internet de por medio.
Quizá vivas lejos de la playa, pero seguro que tienes cerca un parque, una piscina, una terraza, un bar (¿será por bares en España?) donde puedes quedar con un amigo (¡que incluso no sea traductor!) y pasar un rato agradable, experimentando el aire, el sol, el frío, la risa, el ruido y saboreando una bebida, un helado, una tapa.
Borges decía —no entraré en disputas sobre autorías— que la vida está hecha de momentos; yo coincido con él. En principio, solo tenemos una vida, un tiempo, pero desconocemos la cantidad del que disponemos. Así que, ¿qué mejor que vivir? Pero vivir sintiendo, experimentando, aunque corramos el riesgo de hacernos daño, de equivocarnos.
Así que hazte un favor y, cuando termines de trabajar o nada te obligue a quedarte sentado delante del ordenador, queda con un amigo, coge a tu pareja, a tus hijos, a tu vecino y sal a que te de el aire; vive. Tú, tu salud, tus amigos, tu familia, tus colegas y tu trabajo lo agradecerán (doy fe).
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